El pasado 16 de abril, fue el cumpleaños del Papa: 82 años. Felicidades Santo Padre. Desde aquí rezamos por Usted y la Iglesia a la que sirve-
BENEDICTO XVI
El Papa reclama a los musulmanes de Jerusalén un "diálogo sincero"
Martes, 12 de mayo 2009
El Papa visitó hoy la Cúpula de la Roca, en la explanada de las Mezquitas de Jerusalén, y se reunió con el Gran Muftí (máxima autoridad religiosa musulmana), Mohamed Ahmad Husein, ante quien abogó por un "diálogo sincero para construir un mundo de justicia y paz para las generaciones venideras". El patriarca musulmán, en cambio, le pidió ayuda contra "la agresión israelí" a los palestinos.
En esta mezquita, que es el tercer sitio más consagrado por el Islam, el Papa observó la cúpula dorada que forma parte del paisaje de la Jerusalén antigua. El religioso alemán es el primer Sumo Pontífice en entrar a este centro. Lo hizo descalzo como es la tradición judía.
El pontífice, en una visita cargada de simbolismo porque se trata de un lugar santo para las tres grandes religiones monoteístas, tendió una mano a los dirigentes islámicos y les exhortó a trabajar unidas hacia una meta común "para desempeñar un papel activo en allanar las divisiones y promover la solidaridad humana".
"En un mundo tristemente lacerado por divisiones, este lugar sagrado estimula y constituye un desafío para los hombres y mujeres de buena voluntad a comprometerse para superar las incomprensiones y conflictos del pasado y a emprender el camino de un diálogo sincero para construir un mundo de justicia y de paz para las generaciones venideras", afirmó Benedicto XVI.
El Obispo de Roma resaltó que este lugar trae a la mente la figura del patriarca Abraham, considerado padre de las tres religiones, y que aquí se encuentran las tres grandes religiones monoteístas y recuerda lo que tienen en común.
"He venido a Jerusalén en una peregrinación de fe. Agradezco a Dios la ocasión que me ha dado para reunirme con vosotros como Obispo de Roma y Sucesor del Apóstol Pedro, pero también como hijo de Abraham. Os aseguro que la Iglesia desea ardientemente cooperar por el bienestar de la familia humana", agregó el Papa.
El Gran Mufti, por su parte, instó a Benedicto XVI a "desempeñar un papel activo para poner fin a la agresión israelí contra los palestinos". "La paz y la seguridad de la que esta región está privada desde hace tantos años no podrán restituirse hasta que termine la ocupación israelí y nuestro pueblo recupere su libertad y sus derechos", añadió.
Mohamed Ahmad Husein reclamó también que los israelíes vuelvan a permitir a musulmanes, cristianos y palestinos acceder a los lugares santos de Jerusalén, como el Santo Sepulcro y la explanada de las Mezquitas, donde se encuentra la Cúpula de la Roca, llamada también mezquita de Omar y famosa por su cúpula dorada. En ese lugar está también la mezquita de Al Aksa, que es la tercera más importante para los musulmanes después de La Meca y Medina.
La Explanada de las Mezquitas está considerada tres veces sagrada. Los musulmanes consideran que la Roca es el lugar desde el que Mahoma subió al cielo. Los judíos la consideran el lugar donde Dios pidió a Abraham que sacrificara a su hijo Isaac, es el lugar del templo de Salomón y donde se depositó el Arca de la Alianza. Para los cristianos, es el lugar de la profecía de Cristo sobre la destrucción del templo de Jerusalén.
Unidad y armonía en la vida interior del presbítero
1. En esta hermosa celebración litúrgica conmemoramos la unción de Jesucristo por el Espíritu Santo: «El espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido» (Lc 4,18). Este texto del libro de Isaías, que también hemos proclamado en el Evangelio de Lucas, expresa la realidad de nuestro ministerio sacerdotal.
En primer lugar, manifiesta la elección de la que los sacerdotes hemos sido objeto de parte de Dios: «El Señor desde el seno materno me llamó; desde las entrañas de mi madre recordó mi nombre» (Is 49, 1). Cada uno de nosotros hemos sido llamados a representar a Jesucristo Sacerdote. En el origen más íntimo de la vocación hay un acto de elección del Señor, que llama a quien quiere, para hacerlo amigo suyo. Al inicio de su vida pública, Jesús llamó a sus discípulos: «Subió al monte y llamó a los que Él quiso; y vinieron donde él» (Mc 3, 13). El Señor espera que nosotros respondamos cada día con fidelidad y con alegría. La experiencia pastoral nos permite constatar que allí donde hay un sacerdote, que vive gozosamente su vocación, la comunidad cristiana vive también gozosa su fe y nacen en ella nuevas vocaciones.
En segundo lugar, expresa la triple unción, sacerdotal, profética y real, con la que hemos sido ungidos por el Espíritu Santo, para desempeñar la misión específica sacerdotal, a la que hemos sido llamados. Todo ello queda patente, de modo especial, en esta celebración.
2. Jesucristo ha querido incorporar a todos los cristianos a su sacerdocio, mediante el sacramento del Bautismo, y ungirles con su Espíritu; y a los presbíteros nos ha incorporado, además, a su ministerio sacerdotal mediante el sacramento del Orden; ha querido hacernos partícipes de su misión como Cabeza y Pastor de la Iglesia (cf. Presbyterorum ordinis, 6).
Hoy queremos agradecer a Dios-Padre la elección que ha hecho de nosotros, para asociarnos a la consagración sacerdotal de su Hijo Jesús mediante la unción de su Espíritu.
La elección del Señor y la misión que nos otorga nos hacen semejantes a Él y nos permiten participar de su misión y de su vida. El Señor nos ha llamado y acogido en su Reino de sacerdotes: «Ha hecho de nosotros un Reino de Sacerdotes para su Dios y Padre» (Ap 1, 6).
La liturgia de hoy nos invita a recitar con el salmista: Cantaré eternamente tus misericordias, Señor (cf. Sal 88). Estamos inmensamente agradecidos a Dios, nuestro Padre, que ha tenido la benevolencia de llamarnos a participar en el sacerdocio de su Hijo. ¡Demos gracias a Dios por el don del sacerdocio a su Iglesia, del que todos, también los sacerdotes, estamos necesitados!
3. El acto gratuito de llamamiento y de amistad de parte del Señor conlleva una misión y un envío: «Me ha enviado para dar la buena noticia a los humildes» (Is 61, 1). El Señor se acerca a quienes lo acogen; a los sencillos y humildes de corazón, como María; a quienes no se sienten ricos y llenos de sí mismos; a quienes confían en su misericordia (cf. Hb 4, 16). Nuestra misión, queridos sacerdotes, va dirigida a todos los hombres, pero los orgullosos y endiosados no desean muchas veces aceptan al Salvador.
Sin embargo, hay muchos corazones desgarrados, que curar; hay muchos cautivos, a quienes proclamar la amnistía; hay muchos prisioneros, a quienes anunciar la libertad (cf. Is 61, 1). Nuestra sociedad está muy necesitada, queridos sacerdotes, de vuestros cuidados pastorales, aunque no los pida ni sea consciente de sus enfermedades morales. Por eso nuestra misión se hace hoy más ingrata y difícil.
4. En los encuentros que he tenido con vosotros, sobre todo en los arciprestazgos que he visitado, he podido constatar una cierta desazón interior, fruto del agobio ante la infinidad de tareas pastorales, que nos apremian y que exigen nuestra presencia.
Se añade a esta preocupación la constatación del secularismo, que invade nuestra sociedad, y la indiferencia, cuando no el ataque, de quienes no comparten nuestra fe. No son tiempos fáciles para vivir el cristianismo; pero seamos sinceros, nunca ha sido fácil el seguimiento de Jesucristo, aún cuando pareciera que toda la sociedad era sociológicamente cristiana.
La pluralidad de tareas nos agobia; y las dificultades en el anuncio del Evangelio y en la educación en la fe de los cristianos paralizan a veces nuestra acción, o simplemente nos frenan en la adopción de formas nuevas, más adaptadas a los tiempos actuales.
En nuestro tiempo siguen presentes las causas de “desierto espiritual”, que afligen a la humanidad y minan también a la Iglesia. Los sacerdotes no estamos exentos de estas influencias.
5. Es necesario que los sacerdotes obtengamos la unidad y la armonía en nuestra vida interior. Teológicamente está claro que el principio interior, que anima y guía la vida del presbítero, es la caridad pastoral (cf. Pastores dabo vobis, 23). Es preciso centrar nuestras fuerzas en lo que es más esencial e importante en nuestro ministerio; y acudir de nuevo a las fuentes del sacerdocio.
El Concilio Vaticano II hizo ya en su tiempo un certero análisis de esta situación: “Los presbíteros, sobrecargados y agitados por las muchas obligaciones de su ministerio, no pueden pensar sin angustia cómo lograr la unidad de su vida interior con la magnitud de la acción exterior. Esta unidad de vida no la pueden conseguir ni el orden meramente externo de la obra del ministerio, ni la sola práctica de los ejercicios de piedad, aunque la ayudan mucho. La pueden organizar, en cambio, los presbíteros imitando en el cumplimiento de su ministerio el ejemplo de Cristo Señor, cuyo alimento era cumplir la voluntad de Aquel que lo envió a completar su obra” (Presbyterorum ordinis, 14).
Cristo es siempre principio y fuente de la unidad de la vida del sacerdote. Uniéndose a Jesucristo, en el conocimiento de la voluntad del Padre y en la entrega de sí mismos por el rebaño, que se les ha confiado, conseguirán los presbíteros la unidad de su vida.
El Papa Benedicto XVI, en un encuentro con sacerdotes, insistía en esta misma idea: “Es indispensable volver siempre de nuevo a la raíz de nuestro sacerdocio. Como bien sabemos, esta raíz es una sola: Jesucristo, nuestro Señor (…). Pero este Jesús no tiene nada que le pertenezca; es totalmente del Padre y para el Padre. Por eso dice que su doctrina no es suya, sino de aquel que lo envió (cf. Jn 7, 16): el Hijo no puede hacer nada por su cuenta (cf. Jn 5, 19. 30)” (Benedicto XVI, Discurso a los presbíteros y diáconos de la diócesis de Roma, Basílica de San Juan de Letrán-Roma, 13 mayo 2005).
Los sacerdotes podemos tener la tentación de programar las acciones pastorales desde nuestras perspectivas y deseos, tal vez sin exponerlas demasiado a la luz de la voluntad de Dios. La oración de Jesús se caracterizaba por la escucha de la voluntad del Padre, para realizarla fielmente después, como podemos apreciar en su oración en el huerto de Getsemaní (cf. Mt 26, 42).
Estimados presbíteros, deseo caminar con vosotros y buscar juntos la mejor manera de servir al Señor, escuchando su voluntad. En esta celebración se nos invita a renovar nuestra ilusión sacerdotal y a reavivar el don que recibimos con la imposición de manos, como le decía Pablo a su amigo y discípulo Timoteo (cf. 1 Tm 4, 14). A este respecto, el Papa Benedicto XVI nos anima a recordar el don del sacerdocio: “Jesucristo quiere ejercer su sacerdocio por medio de nosotros. Este conmovedor misterio, que en cada celebración del Sacramento nos vuelve a impresionar, lo recordamos de modo particular en el Jueves Santo. Para que la rutina diaria no estropee algo tan grande y misterioso, necesitamos ese recuerdo específico, necesitamos volver al momento en que él nos impuso sus manos y nos hizo partícipes de este misterio” (Homilía en la Misa Crismal, 2006). Esto es lo que hoy celebramos en esta Eucaristía.
6. Queridos sacerdotes, esta es la primera Misa Crismal que celebro con vosotros. Tenía verdaderos deseos de compartir esta celebración y dar gracias a Dios con vosotros por el don del sacerdocio ministerial. Doy gracias a Dios por todos y cada uno de vosotros, porque sois un don para la Iglesia y un regalo para mi ministerio.
La Misa Crismal es siempre una cita gozosa del presbiterio diocesano con el Obispo, para dar gracias a Dios por nuestra vocación y para renovar nuestros compromisos sacerdotales.
Quiero expresaros mi agradecimiento por vuestra entrega generosa, por vuestro esfuerzo, por vuestra ilusión en ejercer la noble misión que el Señor nos ha confiado.
Aún no he tenido la oportunidad de hablar personalmente con todos y cada uno de vosotros. Pero sabed que os llevo en el corazón y os tengo muy presentes en mi oración. El Señor nos permitirá ir conociéndonos, poco a poco, y compartir las ilusiones y esperanzas del ministerio, los retos pastorales y las dificultades del camino. Al iniciar mi ministerio entre vosotros, os repito el ánimo, que nos transmitió el venerado Papa Juan Pablo II al inicio de su pontificado y que tantas veces escuchamos sus labios: “¡No tengáis miedo. Abrid las puertas a Cristo!”.
7. Quiero saludar, de modo especial, a mis hermanos en el episcopado, Don Fernando y Don Antonio, a quienes agradezco su presencia en esta Misa Crismal, que es expresión significativa de la comunión en la Iglesia.
Saludo también al pueblo fiel, que nos acompaña en esta acción de gracias y que aprecia el valor del sacerdocio ministerial. Queridos fieles, vuestro amor a los sacerdotes y al Sucesor de Pedro es amor al propio Cristo en su Iglesia. Quiero agradecer vuestra cercanía a los sacerdotes y vuestra solicitud por ellos.
Dentro de breves momentos renovaremos las promesas sacerdotales, manifestando, una vez más, el agradecimiento a Dios por el don del sacerdocio y pidiendo su fuerza para hacer siempre su voluntad.
Pedimos a la Virgen María, Madre de Jesucristo Sacerdote, bajo el título de NªSª de la Victoria, Patrona de nuestra Diócesis, que interceda por nosotros y nos acompañe con su maternal solicitud y con su presencia amorosa. Amén.
Queridos hermanos y hermanas!
Según una hermosa costumbre, el domingo "del Buen Pastor" ve reunión el Obispo de Roma y su presbiterio de las órdenes de los nuevos sacerdotes de la Diócesis. Esto es cuando un gran don de Dios es su gracia! Por lo tanto, despertar en nosotros un profundo sentimiento de fe y gratitud a vivir en esta celebración. Y en este clima me gustaría saludar al Cardenal Vicario Agostino Vallini, los Obispos Auxiliares, los otros hermanos en el episcopado y el sacerdocio, y con particular afecto, queridos diáconos candidatos al sacerdocio, junto con su familia y amigos. La Palabra de Dios que hemos escuchado nos da suficiente comida para la meditación: que recogerá algunos de ellos, ya que puede arrojar luz sobre el camino indeleble de su vida y su ministerio.
"Este Jesús es la piedra ... no hay otro nombre en el que se guardan" (Hechos 4:11-12). En el pasaje de los Hechos de los Apóstoles - la primera lectura - que las huelgas y reflejar este singular "homonimia" entre Jesús y Pedro: Pedro, que recibió su nuevo nombre de Jesús mismo, dice que es él, Jesús, "la piedra ". De hecho, la única roca es Jesús el único nombre que es su guarda. El Apóstol y, a continuación, el sacerdote recibe su "nombre", es decir, su identidad, por Cristo. Todo lo que hace, lo hace en su nombre. Su "yo" se convierte en totalmente en la 'I' En el nombre de Jesús Cristo, y ciertamente no en su nombre, puede hacer gestos de curación a los hermanos, pueden ayudar a los "enfermos" para el rebote y volver a viaje (cf. Hch 4:10). En el caso de Pedro, poco antes de que el milagro realizado hace especialmente claro. También es una referencia a lo que dice el salmo es esencial: "la piedra rechazada por los constructores / se ha convertido en la piedra angular" (Salmo 117 [118], 22). Jesús fue "rechazada", pero el Padre y se ha preferido situar la fundación del templo de la Nueva Alianza. Por lo tanto, el apóstol, como el sacerdote, con experiencia, a su vez, la cruz, y sólo a través de ella se convierte en verdaderamente útiles para la construcción de la Iglesia. Dios quiere construir su iglesia con las personas que siguen a Jesús, puso toda su confianza en Dios, como dice el salmo: «Es mejor refugiarse en el Señor / a que la confianza en el hombre. / Es mejor refugiarse en el Señor, / que confianza en "(vv. 8-9).
El discípulo llega a la misma suerte del Maestro, que en última instancia, es el destino escrito en la voluntad de Dios Padre! Jesús confesó al final de su vida en la gran oración llamada "sacerdotal": "Padre, a la derecha, el mundo no ha conocido, pero yo conocí a vosotros" (Jn 17,25). Incluso antes que él había dicho: "Nadie conoce al Padre sino el Hijo" (Mt. 11:27). Jesús experimentado sobre sí el rechazo de Dios en el mundo, la incomprensión, la indiferencia, el desfigurado rostro de Dios y de Jesús ha pasado el "testigo" a los discípulos: "Yo - todavía confía en la oración al Padre - Yo sé su nombre y yo sabemos, porque el amor con que me amaba en ellos y yo en ellos "(Jn 17,26). Así el discípulo - y, sobre todo, el Apóstol - experiencias de la alegría de Jesús, a saber el nombre y el rostro del Padre, y también comparte su dolor, para ver que Dios no es conocido, que su amor no se devuelve. Por un lado exclamar con alegría, como Juan en su Primera Carta: "Vea lo que el amor nos ha dado el Padre debe ser llamados hijos de Dios, y por lo que estamos", Y con nota amarga: "Este es el motivo por el mundo no reconocemos porque no ha conocido "(1 Jn 3:1). E 'vero, los sacerdotes y nos pondremos en la experiencia "del mundo" - Juan el significado de la expresión - no entiende el cristiano, no comprende a los ministros del Evangelio. Un po '¿por qué no conocer a Dios, y un poco' porque no quieren saber. El mundo no quiere conocer a Dios, a no ser molestado por su voluntad y, por tanto, no quiere escuchar a sus ministros que pueden poner en crisis.
Aquí tenemos que prestar atención a un hecho de la realidad: que este "mundo", interpretado como evangelio, acosa a la Iglesia, infectando a sus miembros y los ministros ordenados de la misma y bajo la palabra mundo, San Juan quiere indicar y aclarar el pensamiento, una forma de pensar y de vivir que puede contaminar la Iglesia y, de hecho, el que contamina, y por lo tanto requiere una vigilancia constante y de depuración. En la medida en que Dios no es totalmente conocida, pero sus hijos todavía no son plenamente "como él" (1 Jn 3:2). Estamos "en el mundo, y también en peligro de ser" el "mundo, el mundo en el sentido de esta mentalidad. Y, de hecho, a veces somos. Que es Jesús en la final que oraron por el mundo, en este sentido, pero para sus discípulos, que el Padre les impiden el mal, y que fueron libres y diferentes del mundo, mientras viven en el mundo (cf. Jn 17,9.15) . En ese momento, al final de la Última Cena, Jesús levantó al Padre, la oración de consagración a los apóstoles y todos los sacerdotes de todos los tiempos, cuando dijo: "se consagran en la verdad" (Jn 17:17). Él agregó: "Por ellos me consagro a mí mismo, para que también ellos sean consagrados en la verdad" (Jn 17,19). Me he detenido en estas palabras de Jesús en su misa crisma, el Jueves Santo. Hoy me refiero a que el debate en relación con el Evangelio del Buen Pastor, donde Jesús dice: "Doy mi vida por las ovejas" (cf. Jn 10,15.17.18).
Convertirse en sacerdotes en la Iglesia los medios para entrar en este don de sí de Cristo a través del sacramento del Orden, y con todo lo que en sí mismos. Jesús dio su vida por todos, pero en particular, está dedicado a aquellos a quienes el Padre le había dado, porque fueron consagrados en la verdad, que está en él, y puede hablar y actuar en su nombre, representan, ampliar sus acciones de ahorro : la fracción del pan de vida y de perdonar los pecados. Así pues, el buen pastor da su vida por las ovejas, sino que se entregó a sí mismo y, especialmente, a las que él mismo, "con afecto y cariño", que él llamó y llamó a seguir el camino de servicio pastoral . En modo particular, pues, Jesús oró por Simón Pedro, y ha sacrificado por él, porque tenía que decirle un día, a orillas del Lago Tiberíades: «Apacienta mis ovejas" (Jn 21,16-17). Del mismo modo, cada sacerdote es un destinatario de la oración personal de Cristo y de su propio sacrificio, y como tal sólo está autorizada a cooperar con él en el pastor del rebaño que es todo y sólo el Señor.
Aquí me gustaría tocar un punto que es particularmente cercano a mi corazón: la oración y su relación con el servicio. Hemos visto que, para ser ordenados sacerdotes significa entrar en un modo de vida sacramental y de oración de Cristo para "su". Por lo tanto para nosotros los sacerdotes una especial llamada a la oración, en un muy cristocéntrica: se nos pide, a saber, "permanecer" en Cristo - como le gusta decir el evangelista Juan (Jn 1,35-39; 15,4-10 ) -, y permanecer en Cristo lleva a cabo en particular en la oración. Nuestro ministerio es totalmente vinculada a esta "estancia" que es equivalente a orar, y se deriva de su eficacia. En esta perspectiva, debemos pensar en las diferentes formas de oración de un sacerdote, en primer lugar a misa diariamente. La celebración eucarística es el mayor y el más alto acto de la oración, y es el centro y la fuente de la que las otras formas son el "alma" de la Liturgia de las Horas, adoración eucarística, la lectio divina, la santa Rosario, la meditación. Todas estas expresiones de la oración, que tienen su centro en la Eucaristía, que el día del sacerdote, y durante toda su vida, se dio cuenta de las palabras de Jesús: "Yo soy el buen pastor, conozco mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí, al igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre y doy mi vida por las ovejas "(Juan 10:14-15). Que "a sabiendas" y "ser conocido" en Cristo y, a través de él, en la Santísima Trinidad, es que la realidad más real y más profunda comprensión de la oración. El sacerdote que ora mucho, y que reza así, poco a poco vaciado de sí mismo y cada vez más unidos a Jesús, el Buen Pastor y Siervo de los hermano. Según él, el sacerdote que da su vida por las ovejas que se le encomiendan. Ninguno gliela sigue siendo: la ofrenda de sí mismo, en unión con Cristo, el Señor, quien tiene el poder de dar su vida y el poder para reanudar no sólo para él sino para sus amigos, vinculado a él por el sacramento de la " orden. Así pues, la vida misma de Cristo, el Cordero y el Pastor, se comunica a todo el rebaño, consagrada por los ministros.
Queridos diáconos, el Espíritu Santo que éste es el Verbo divino, que he comentado brevemente, en su corazón, que puede llevar fruto abundante y duradero. Pedimos la intercesión de los santos Apóstoles Pedro y Pablo y San Juan María Vianney, el Cura de Ars, cuyo patrocinio me llamó el próximo año sacerdotal. Tengo la Madre del Buen Pastor, Maria Santissima. En todas las circunstancias de su vida, mira en ella, la estrella de su sacerdocio. En cuanto a los sirvientes en las bodas de Caná, María de nuevo a usted: "Todo lo que usted dice, que" (Jn 2:5). La escuela de la Santísima Virgen, siempre ser hombres de oración y de servicio, para convertirse en el fiel ejercicio de su ministerio, santos sacerdotes según el corazón de Dios
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