XCIII ASAMBLEA PLENARIA DE LA CONFRNECIA EPSICOPAL ESPAÑOLA
DISCURSO INAUGURALDEL EMMO. Y RVDMO. SR. D. ANTONIO MARÍA ROUCO VARELA
CARDENAL ARZOBISPO DE MADRID Y PRESIDENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA
(Extractos…. Completo lo pueden ver en: http://www.conferenciaepiscopal.es/plenaria/XCIII/materiales/Rouco.html )
II. Año sacerdotal
Benedicto XVI, en el discurso a los participantes en la Asamblea Plenaria de la Congregación del Clero, del pasado 16 de marzo, anunció su decisión de convocar un “Año sacerdotal”, que tendrá lugar desde el próximo 19 de junio hasta el 19 de junio de 2010. La ocasión la proporciona la conmemoración del 150 aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars, Juan María Vianney (1786-1859), patrono de los párrocos, a quien el Santo Padre califica de “verdadero ejemplo de pastor al servicio del rebaño de Cristo”[04]. Un sacerdote, prácticamente de nuestros tiempos, canonizado en 1925.
Ante la Congregación para el Clero, el Papa iluminó con concisas y clarividentes palabras “la identidad misionera del presbítero en la Iglesia, como dimensión intrínseca del ejercicio de los tria munera”. Sus reflexiones apuntaron hacia “la indispensable tensión hacia la perfección moral, que debe existir en todo corazón auténticamente sacerdotal”……
La misión del presbítero,…..Se caracteriza, por tanto, por una cuádruple dimensión: eclesial, de comunión, jerárquica y doctrinal, que “es absolutamente indispensable para toda auténtica misión y sólo ella garantiza su eficacia espiritual”.
La misión es eclesial porque todo sacerdote sabe que no se anuncia a sí mismo…..
La misión del presbítero se realiza “en comunión”…..para poder llevar, con humildad y confianza, las almas a él confiadas al mismo encuentro con el Señor”.
La misión implica una esencial dimensión doctrinal porque exige no sólo conocimientos teológicos rigurosos, sino también una formación espiritual permanente.
La misión del presbítero se inserta en la constitución jerárquica de la Iglesia porque “como Iglesia y como sacerdotes anunciamos a Jesús de Nazaret, Señor y Cristo, crucificado y resucitado, soberano del tiempo y de la historia, con la alegre certeza de que esta verdad coincide con las expectativas más profundas del corazón humano”…..
El Papa no olvida recordar que, en todo ello, “también parece urgente la recuperación de la convicción que impulsa a los sacerdotes a estar presentes, identificables y reconocibles tanto por el juicio de fe como por las virtudes personales, e incluso por el vestido, en los ámbitos de la cultura y de la caridad, desde siempre en el corazón de la misión de la Iglesia”….
El Año sacerdotal significa, sin duda, una gracia, una oportunidad providencial y una llamada a nuestra responsabilidad de Obispos para que, con sentimientos y entrañas de pastores y de hermanos, abordemos, a la luz de la fe y de la riquísima doctrina del Concilio Vaticano II y del magisterio de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, la situación humana y espiritual de nuestros sacerdotes. Todo parece indicar que nos encontramos ante una hora decisiva para la renovación de lo que la exhortación apostólica postsinodal Pastores dabo vobis llama “pastoral presbiteral”.
…..Del aumento de las vocaciones sacerdotales y del consiguiente rejuvenecimiento de nuestros presbiterios depende decisivamente la posibilidad humana, espiritual y apostólica de la evangelización de nuestra sociedad y de sus jóvenes generaciones; evangelización fecunda en frutos dentro y fuera de la Iglesia.
III. El don de la Vida y el derecho de todos a vivir
Uno de los campos de la vida social donde urge evangelizar de nuevo es el de la conciencia acerca del don inestimable de la vida de cada ser humano y del derecho de todos a vivir, desde el momento de la concepción de un nuevo individuo de la especie humana hasta su muerte natural.
Es conocida la certera sentencia del filósofo Julián Marías, que pensaba que “la aceptación social del aborto es, sin excepción, lo más grave que ha acontecido en este siglo que se va acercando a su final”[05], refiriéndose al siglo XX. En efecto, el crimen del aborto ensombrece desde siempre la historia de la humanidad. Pero ha sido precisamente en el siglo pasado cuando amplios sectores sociales han empezado a considerar públicamente que eliminar a los que van a nacer no sería algo de por sí reprobable y cuando tal mentalidad ha encontrado eco en legislaciones que han dejado de proteger de modo adecuado el derecho de todos a vivir.
El Siervo de Dios Juan Pablo II acuñó la expresión “El Evangelio de la vida”, en especial en la Carta encíclica del mismo nombre, firmada el 25 de marzo de 1995, poniendo vigorosamente de relieve todas las exigencias éticas que se desprenden del mensaje y del testimonio de Jesucristo, en quien Dios mismo, por la encarnación del Hijo, se ha unido en cierto modo a cada hombre, confirmando de modo inaudito el carácter sagrado de la vida de todo ser humano.
También España se vió inmersa en las últimas décadas en el mencionado proceso de deterioro de la conciencia moral en lo que toca al valor sagrado de la vida humana. Desde la legislación despenalizadora de 1983, la situación ha ido empeorando tanto en la práctica como en las leyes. Ante esta situación, los Obispos españoles y la Conferencia Episcopal nunca hemos dejado de anunciar el Evangelio de la vida en su integridad y de denunciar las leyes injustas, proponiendo la doctrina de la Iglesia con absoluta independencia de las cambiantes coyunturas políticas. Ya en 1974 hubo una intervención pública, aconsejada por ciertos debates del momento. Las declaraciones e instrucciones al respecto se produjeron luego sucesivamente en 1983, varias en 1985, 1991, 1994, de nuevo varias en 1998, dos en 2000 y una 2001[06].
Muestra especial de cómo la enseñanza fiel y la práctica personal, privada y pública, de lo que exige el Evangelio de la vida a todo cristiano ha estado en el centro de nuestro interés y de nuestras preocupaciones pastorales en todos estos años ha sido la Instrucción Pastoral de esta Asamblea Plenaria publicada en abril de 2001 bajo el título de La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad.
No queremos ni podemos cejar en este empeño de proclamar el Evangelio de la vida en toda su belleza y con todas sus consecuencias. Su presupuesto antropológico y existencial imprescindible es el Evangelio de la familia, como queda de manifiesto en la mencionada Instrucción Pastoral. La labor de nuestra Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida aparece así en toda su importancia y actualidad pastoral.
Predicar el Evangelio de la vida y de la familia y ponerlo en práctica en la vida personal y social no es hacer política en el sentido estricto de esta palabra. Se trata más bien de procurar por medios legítimos el reconocimiento efectivo de aquellos valores éticos fundamentales que trascienden, preceden y sustentan la misma acción política, en particular, cuando se pretende conformar la vida en sociedad de acuerdo con los principios de un Estado democrático de derecho.
Juan Pablo II enseñaba a este respecto: “Si, por una trágica ofuscación de la conciencia colectiva, el escepticismo llegara a poner en duda hasta los principios fundamentales de la ley moral, el mismo ordenamiento democrático se tambalearía en sus fundamentos, reduciéndose a un puro mecanismo de regulación empírica de intereses diversos y contrapuestos”[07].
No faltan entre nosotros quienes, al menos de hecho, parecen querer reducir la democracia a tal mecanismo empírico de regulación de intereses, cuando afirman que las leyes deben representar simplemente una especie de denominador común de las diversas opiniones e intereses presentes en la sociedad, aun cuando lo que esté en cuestión sea nada más y nada menos que el derecho fundamental a la vida de los más débiles e inocentes, como son los que van a nacer. Se puede reconocer, con Juan Pablo II, “un cierto aspecto de verdad en esta valoración”, pero no se puede dejar de afirmar también con él que “sin una base moral objetiva ni siquiera la democracia puede asegurar una paz estable, tanto más cuanto que la paz no fundamentada sobre los valores de la dignidad humana y de la solidaridad entre todos los hombres es a menudo una paz ilusoria. En efecto, en los mismos regímenes participativos la regulación de los intereses se produce con frecuencia en beneficio de los más fuertes, que tienen capacidad para maniobrar no sólo las palancas del poder, sino incluso la formación del consenso. En una situación así, la democracia se convierte fácilmente en una palabra vacía”[08].
La advertencia la hacía Juan Pablo II no contra la democracia, sino precisamente en favor de ella. No es verdad que la democracia pueda funcionar bien como mero juego de mayorías y minorías con independencia de su sustrato ético, es decir, del reconocimiento y del respeto efectivo de los derechos fundamentales. Cuando la crisis de la conciencia moral en la sociedad afecta a un bien tan decisivo como es la vida humana y el derecho a la misma, no es de extrañar que la crisis moral pueda extenderse y de hecho se extienda a otros aspectos de la existencia de las personas y de las sociedades[09].
Debemos recordar de nuevo el derecho fundamental e inalienable de los padres y de las escuelas en colaboración con ellos a educar a sus hijos en los principios morales y religiosos que libremente asumen y cultivan. El Estado no puede ignorar tal derecho básico si no es cegando las fuentes de la sustancia moral capaz de configurar y de alimentar al sujeto moral y, en definitiva, al ciudadano responsable. Se violan los derechos de los padres y de las escuelas cuando se impone legalmente a todos una determinada visión antropológica y moral, es decir, una formación estatal de las conciencias. Así no se favorece la generación y el cultivo de la sustancia moral prepolítica que sea capaz de vitalizar las instituciones sociales y políticas. Otra cosa sería la oferta de una formación jurídica básica sobre las Declaraciones de los Derechos Humanos o sobre la Constitución Española. En esta perspectiva podría hallarse una solución a los graves problemas planteados por la llamada “Educación para la ciudadanía”. Los que siguen preocupándonos tanto acerca del estatuto de la asignatura y de los profesores de Religión católica, también podrían resolverse con voluntad de diálogo y de responder al ejercicio de un derecho fundamental que los padres reclaman ejercitar año tras año de modo masivo y con toda razón.
IV. La crisis económica
Pero la crisis de la conciencia moral afecta no sólo a los campos de derechos fundamentales como el derecho a la vida y el derecho a la educación, sino también al derecho al trabajo. Bastantes y cualificados especialistas consideran que las muy graves dificultades que padece nuestra economía, en el marco de una crisis de carácter mundial, también tienen que ver con una crisis global de naturaleza ética.
Nuestra última Asamblea Plenaria, ante lo excepcional de la situación, determinó apoyar a nuestras Cáritas diocesanas destinando para tal fin el 1% del Fondo Común Interdiocesano. Se trataba, ante todo, de un gesto para alentar el trabajo de tantos voluntarios que dedican su tiempo y sus personas a esta imprescindible labor eclesial, manifestación del amor de Cristo por los más necesitados; y para estimular la generosidad de todos en un momento en el que surgen por doquier nuevas necesidades como consecuencia de antiguas y nuevas carencias producidas por el paro, al parecer incontenible, y especialmente perjudicial para nuestros hermanos inmigrantes.
En los meses transcurridos desde entonces la situación ha ido empeorando y nuestras comunidades eclesiales - parroquias, comunidades de vida consagrada, movimientos y asociaciones apostólicas - han de atender a un número cada vez mayor de personas y familias necesitadas de alimento, vestido, dinero para pagar alquileres e hipotecas de viviendas y otras deudas improrrogables que ponen en peligro la misma subsistencia de las familias. La fina red de la solidaridad cristiana, fruto del amor fraterno, ha llegado también a la búsqueda de puestos de trabajo y a la atención a los pequeños empresarios y trabajadores autónomos, que han visto peligrar la base del propio mantenimiento y el de sus familias.
El ya próximo Día Nacional de la Caridad, en la Solemnidad del Corpus Christi, nos proporciona una nueva oportunidad de la gracia para intensificar y hacer más efectivo el esfuerzo de Cáritas y la generosidad de tantos hijos e hijas de la Iglesia que tan admirablemente se vuelcan en el servicio y en la ayuda a los necesitados. Ésta es la primera y más elemental respuesta de la Iglesia y de cada uno de los bautizados a las situaciones de pobreza y de dolor producidas por la crisis económica. ¡Es la respuesta de la caridad cristiana, que se alimenta del amor del mismo Cristo! Pero no pocos de los fieles reclaman, con toda razón, que la caridad llegue también a expresarse en el discernimiento de las causas éticas, tanto individuales como sociales, que han provocado la situación de crisis. Apelan a una actualización de la Doctrina Social de la Iglesia para ayudar a superar el lamentable estado de cosas actual a través de la conducta personal renovada y del compromiso activo con la sociedad y la comunidad política en la búsqueda sincera y desinteresada del bien común…..
Como Iglesia y como católicos, nuestra responsabilidad es muy grande en estas circunstancias de tanto dolor para hermanos nuestros y de tanta incertidumbre respecto a la salida de la crisis. Hemos de dar ejemplo y abrir el camino a la conversión, tanto con nuestra vida personal y familiar, como en la social e institucional. Si siempre es obligado el compromiso de los católicos en la vida pública, en esta hora histórica lo es mucho más. Nuestro primer y principal recurso doctrinal y existencial es el del Evangelio de Jesucristo, crucificado y resucitado para nuestra salvación y la del mundo entero; es decir, el abrirnos al don del Espíritu Santo y a la Gracia del Amor.
Pueden verlo completo en
http://www.conferenciaepiscopal.es/plenaria/XCIII/materiales/Rouco.html