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Copyright(C): Parroquia S.Juan y S.Andrés de Coin ( Málaga ) Fecha de inicio página el 15 de Febrero del 2009
Homilias de nuestro Obispo

Homilía de la Misa Crismal

Unidad y armonía en la vida interior del presbítero

1. En esta hermosa celebración litúrgica conmemoramos la unción de Jesucristo por el Espíritu Santo: «El espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido» (Lc 4,18). Este texto del libro de Isaías, que también hemos proclamado en el Evangelio de Lucas, expresa la realidad de nuestro ministerio sacerdotal.

En primer lugar, manifiesta la elección de la que los sacerdotes hemos sido objeto de parte de Dios: «El Señor desde el seno materno me llamó; desde las entrañas de mi madre recordó mi nombre» (Is 49, 1). Cada uno de nosotros hemos sido llamados a representar a Jesucristo Sacerdote. En el origen más íntimo de la vocación hay un acto de elección del Señor, que llama a quien quiere, para hacerlo amigo suyo. Al inicio de su vida pública, Jesús llamó a sus discípulos: «Subió al monte y llamó a los que Él quiso; y vinieron donde él» (Mc 3, 13). El Señor espera que nosotros respondamos cada día con fidelidad y con alegría. La experiencia pastoral nos permite constatar que allí donde hay un sacerdote, que vive gozosamente su vocación, la comunidad cristiana vive también gozosa su fe y nacen en ella nuevas vocaciones.

En segundo lugar, expresa la triple unción, sacerdotal, profética y real, con la que hemos sido ungidos por el Espíritu Santo, para desempeñar la misión específica sacerdotal, a la que hemos sido llamados. Todo ello queda patente, de modo especial, en esta celebración.

2. Jesucristo ha querido incorporar a todos los cristianos a su sacerdocio, mediante el sacramento del Bautismo, y ungirles con su Espíritu; y a los presbíteros nos ha incorporado, además, a su ministerio sacerdotal mediante el sacramento del Orden; ha querido hacernos partícipes de su misión como Cabeza y Pastor de la Iglesia (cf. Presbyterorum ordinis, 6).

Hoy queremos agradecer a Dios-Padre la elección que ha hecho de nosotros, para asociarnos a la consagración sacerdotal de su Hijo Jesús mediante la unción de su Espíritu.

La elección del Señor y la misión que nos otorga nos hacen semejantes a Él y nos permiten participar de su misión y de su vida. El Señor nos ha llamado y acogido en su Reino de sacerdotes: «Ha hecho de nosotros un Reino de Sacerdotes para su Dios y Padre» (Ap 1, 6).

La liturgia de hoy nos invita a recitar con el salmista: Cantaré eternamente tus misericordias, Señor (cf. Sal 88). Estamos inmensamente agradecidos a Dios, nuestro Padre, que ha tenido la benevolencia de llamarnos a participar en el sacerdocio de su Hijo. ¡Demos gracias a Dios por el don del sacerdocio a su Iglesia, del que todos, también los sacerdotes, estamos necesitados!

3. El acto gratuito de llamamiento y de amistad de parte del Señor conlleva una misión y un envío: «Me ha enviado para dar la buena noticia a los humildes» (Is 61, 1). El Señor se acerca a quienes lo acogen; a los sencillos y humildes de corazón, como María; a quienes no se sienten ricos y llenos de sí mismos; a quienes confían en su misericordia (cf. Hb 4, 16). Nuestra misión, queridos sacerdotes, va dirigida a todos los hombres, pero los orgullosos y endiosados no desean muchas veces aceptan al Salvador.

Sin embargo, hay muchos corazones desgarrados, que curar; hay muchos cautivos, a quienes proclamar la amnistía; hay muchos prisioneros, a quienes anunciar la libertad (cf. Is 61, 1). Nuestra sociedad está muy necesitada, queridos sacerdotes, de vuestros cuidados pastorales, aunque no los pida ni sea consciente de sus enfermedades morales. Por eso nuestra misión se hace hoy más ingrata y difícil.

4. En los encuentros que he tenido con vosotros, sobre todo en los arciprestazgos que he visitado, he podido constatar una cierta desazón interior, fruto del agobio ante la infinidad de tareas pastorales, que nos apremian y que exigen nuestra presencia.

Se añade a esta preocupación la constatación del secularismo, que invade nuestra sociedad, y la indiferencia, cuando no el ataque, de quienes no comparten nuestra fe. No son tiempos fáciles para vivir el cristianismo; pero seamos sinceros, nunca ha sido fácil el seguimiento de Jesucristo, aún cuando pareciera que toda la sociedad era sociológicamente cristiana.

La pluralidad de tareas nos agobia; y las dificultades en el anuncio del Evangelio y en la educación en la fe de los cristianos paralizan a veces nuestra acción, o simplemente nos frenan en la adopción de formas nuevas, más adaptadas a los tiempos actuales.

En nuestro tiempo siguen presentes las causas de “desierto espiritual”, que afligen a la humanidad y minan también a la Iglesia. Los sacerdotes no estamos exentos de estas influencias.

5. Es necesario que los sacerdotes obtengamos la unidad y la armonía en nuestra vida interior. Teológicamente está claro que el principio interior, que anima y guía la vida del presbítero, es la caridad pastoral (cf. Pastores dabo vobis, 23). Es preciso centrar nuestras fuerzas en lo que es más esencial e importante en nuestro ministerio; y acudir de nuevo a las fuentes del sacerdocio.

El Concilio Vaticano II hizo ya en su tiempo un certero análisis de esta situación: “Los presbíteros, sobrecargados y agitados por las muchas obligaciones de su ministerio, no pueden pensar sin angustia cómo lograr la unidad de su vida interior con la magnitud de la acción exterior. Esta unidad de vida no la pueden conseguir ni el orden meramente externo de la obra del ministerio, ni la sola práctica de los ejercicios de piedad, aunque la ayudan mucho. La pueden organizar, en cambio, los presbíteros imitando en el cumplimiento de su ministerio el ejemplo de Cristo Señor, cuyo alimento era cumplir la voluntad de Aquel que lo envió a completar su obra” (Presbyterorum ordinis, 14).

Cristo es siempre principio y fuente de la unidad de la vida del sacerdote. Uniéndose a Jesucristo, en el conocimiento de la voluntad del Padre y en la entrega de sí mismos por el rebaño, que se les ha confiado, conseguirán los presbíteros la unidad de su vida.

El Papa Benedicto XVI, en un encuentro con sacerdotes, insistía en esta misma idea: “Es indispensable volver siempre de nuevo a la raíz de nuestro sacerdocio. Como bien sabemos, esta raíz es una sola: Jesucristo, nuestro Señor (…). Pero este Jesús no tiene nada que le pertenezca; es totalmente del Padre y para el Padre. Por eso dice que su doctrina no es suya, sino de aquel que lo envió (cf. Jn 7, 16): el Hijo no puede hacer nada por su cuenta (cf. Jn 5, 19. 30)” (Benedicto XVI, Discurso a los presbíteros y diáconos de la diócesis de Roma, Basílica de San Juan de Letrán-Roma, 13 mayo 2005).

Los sacerdotes podemos tener la tentación de programar las acciones pastorales desde nuestras perspectivas y deseos, tal vez sin exponerlas demasiado a la luz de la voluntad de Dios. La oración de Jesús se caracterizaba por la escucha de la voluntad del Padre, para realizarla fielmente después, como podemos apreciar en su oración en el huerto de Getsemaní (cf. Mt 26, 42).

Estimados presbíteros, deseo caminar con vosotros y buscar juntos la mejor manera de servir al Señor, escuchando su voluntad. En esta celebración se nos invita a renovar nuestra ilusión sacerdotal y a reavivar el don que recibimos con la imposición de manos, como le decía Pablo a su amigo y discípulo Timoteo (cf. 1 Tm 4, 14). A este respecto, el Papa Benedicto XVI nos anima a recordar el don del sacerdocio: “Jesucristo quiere ejercer su sacerdocio por medio de nosotros. Este conmovedor misterio, que en cada celebración del Sacramento nos vuelve a impresionar, lo recordamos de modo particular en el Jueves Santo. Para que la rutina diaria no estropee algo tan grande y misterioso, necesitamos ese recuerdo específico, necesitamos volver al momento en que él nos impuso sus manos y nos hizo partícipes de este misterio” (Homilía en la Misa Crismal, 2006). Esto es lo que hoy celebramos en esta Eucaristía.

6. Queridos sacerdotes, esta es la primera Misa Crismal que celebro con vosotros. Tenía verdaderos deseos de compartir esta celebración y dar gracias a Dios con vosotros por el don del sacerdocio ministerial. Doy gracias a Dios por todos y cada uno de vosotros, porque sois un don para la Iglesia y un regalo para mi ministerio.

La Misa Crismal es siempre una cita gozosa del presbiterio diocesano con el Obispo, para dar gracias a Dios por nuestra vocación y para renovar nuestros compromisos sacerdotales.

Quiero expresaros mi agradecimiento por vuestra entrega generosa, por vuestro esfuerzo, por vuestra ilusión en ejercer la noble misión que el Señor nos ha confiado.

Aún no he tenido la oportunidad de hablar personalmente con todos y cada uno de vosotros. Pero sabed que os llevo en el corazón y os tengo muy presentes en mi oración. El Señor nos permitirá ir conociéndonos, poco a poco, y compartir las ilusiones y esperanzas del ministerio, los retos pastorales y las dificultades del camino. Al iniciar mi ministerio entre vosotros, os repito el ánimo, que nos transmitió el venerado Papa Juan Pablo II al inicio de su pontificado y que tantas veces escuchamos sus labios: “¡No tengáis miedo. Abrid las puertas a Cristo!”.

7. Quiero saludar, de modo especial, a mis hermanos en el episcopado, Don Fernando y Don Antonio, a quienes agradezco su presencia en esta Misa Crismal, que es expresión significativa de la comunión en la Iglesia.

Saludo también al pueblo fiel, que nos acompaña en esta acción de gracias y que aprecia el valor del sacerdocio ministerial. Queridos fieles, vuestro amor a los sacerdotes y al Sucesor de Pedro es amor al propio Cristo en su Iglesia. Quiero agradecer vuestra cercanía a los sacerdotes y vuestra solicitud por ellos.

Dentro de breves momentos renovaremos las promesas sacerdotales, manifestando, una vez más, el agradecimiento a Dios por el don del sacerdocio y pidiendo su fuerza para hacer siempre su voluntad.

Pedimos a la Virgen María, Madre de Jesucristo Sacerdote, bajo el título de NªSª de la Victoria, Patrona de nuestra Diócesis, que interceda por nosotros y nos acompañe con su maternal solicitud y con su presencia amorosa. Amén.







En este enlace que le indicamos pueden ustedes oir las distintas homilas de nuestro Señor Obispo Mons. D. Jesus Catala.

http://www.diocesismalaga.es/index.php?mod=obispo&secc=homilias



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