Homilía Entierro Madre Clara.
18’00h. del 9 Marzo 2009
Ya estaba para morir, la Dama Pobre, y avanzaba en el tiempo antes de salir del tiempo. Como madre y fundadora se dispone a impartir la bendición. En ella quiere dispensar todo bien alcanzando a sus devotos y a sus hijas. Más aún, pretende alcanzar a las que son y a las que vendrán:
«Yo Clara, servidora de Cristo y pequeña planta de nuestro padre San Francisco, hermana y madre vuestra y de las demás hermanas pobres, aunque indigna... Os bendigo en mi muerte y después de mi muerte, en cuanto puedo y mucho más de lo que puedo, con todas las bendiciones con que el Padre de las misericordias bendijo a sus hijos e hijas y los bendecirá siempre...» (BenCl 6 y 11-12).
Esta es una confesión de fe en la vida bienaventurada y en la comunión de los santos de Santa Clara, esta es la confesión de fe que ha vivido hasta el momento de expirar nuestra querida madre Clara.
Madre Abadesa y hermanas clarisas, queridos familiares de Madre Clara, hermanos sacerdotes, miembros de nuestras parroquias, concejales y autoridades, fieles y amigos de Madre Clara.
Comenzar diciendo que con un profundo respeto, temor y temblor, presido esta celebración en el último adiós a Madre Clara, porque así se lo decía esta mañana el Padre asistente a las Monjas, y con gratitud a Dios y al padre asistente, me dirijo hoy al Altísimo con la misma confianza que Madre Clara lo hacía.
Recuerdo momentos entrañables con ella, para mí ha sido esa gran Madre o Abuela, que me ha acompañado durante cuatro años, cada martes y cada viernes detrás de las rejas cuando me quedaba aquí a comer. Cuántas palabras de ánimo mutuo nos dispensábamos, y al final, en lo bueno y en lo malo, siempre terminaba: Bendito sea Dios.
Cuántos momentos en su enfermedad, en el hospital diariamente, o aquí en el convento, cuantos momentos de confidencias, aquél día difícil en el que le dije la enfermedad que realmente tenía y como después de unos momentos dubitativos lo aceptó. Cuántas peticiones de oración , acción de gracias e intercesión.
Recuerdo los dos momentos en los que le he dispensado el sacramento de la Unción: uno en la primera operación, el segundo a los dos días de su 83 cumpleaños, cuando iba a verme con su andador y me decía: Padre, cuando Vd pueda y saque tiempo, me gustaría recibir la unción, porque ya me queda muy poquito de estar aquí y quiero que la muerte no me sorprenda. Y así se hizo, rodeada de su comunidad recibía la Santa Unción.
Recuerdo el día del Cristo de Medinaceli, al pedir que subiera, estuvimos encomendando su alma al Señor, y como signo de amor a Dios y a los hermanos, al terminar esa oración, se dirigió a sus hermanas clarisas para solicitar de ellas el perdón, y su abadesa en nombre de toda la comunidad se lo pidió a ella, para juntas unas y otra, vivir y morir en paz, ante Dios y los hombres.
Bendito sea Dios, Bendito seas Señor por la hermana Vida y la hermana muerte que hoy ha abrazado a Madre Clara.
Fascinada por la pobreza, mansedumbre y dulzura del Hijo de Dios en la vida y en la muerte, Santa Clara no busca más espejo ni tiene más pensamiento acerca de la hermana muerte que «morir con él para reinar con él». Ni sabe recomendar otra cosa que la fidelidad en el seguimiento de la humildad y pobreza del Hijo de Dios «hasta el fin». Y así lo ha intentado vivir ella: Esta es la lección para la vida: «Abraza a Cristo pobre como virgen pobre» y ésta es la lección para la muerte: «Si con él morimos reinaremos con él».
Si el decir de Santa Clara sobre la muerte lo miramos a la luz de las palabras que dijo a su hermana sor Inés: «Es del agrado de Dios que yo me vaya...»; o más aún, si recordamos sus últimas palabras: «Gracias, Señor, por haberme creado... porque me has cuidado con ternura como la madre al niño pequeño»..., vemos la unidad de toda su vida, donde el tránsito es algo natural, previsto, bueno.
Madre Clara sabía que un día Dios la llamó por su nombre y fue creada con inefable amor. Durante un tiempo,83 años ha caminado con la mirada puesta en el Hijo de Dios. Ahora la muerte es, como la llamada del Amante, que con deseo deseaba llevarla en sus brazos al festín de bodas. «Es del agrado de Dios que yo me vaya». El mismo amor que la creó y santificó, el mismo amor que la eligió para vivir esta vida de clausura, la ha venido a buscar para regalarle la plenitud de gozo, amor y dulzura.
Siguiendo los pasos de su fundadora: Morir será fijar los ojos en el Crucificado amante, obediente, desnudo, entregado..., y morir con él en un acto de entrega, de obediencia, de desapropiación, de amor esponsal:
Jesucristo es el Espejo de la eternidad donde hoy Madre Clara mira su rostro para recuperar la imagen y semejanza; él ha sido el Espejo en quien fijó su mirada para imitarle; ha sido el Espejo en el que anhelaba transfigurarse, y como grano de trigo que cae en tierra y muere, hoy ya empieza a dar fruto, el fruto de vida, que ella obtiene y goza junto con Dios, hoy ya no me va a preguntar más: Padre ¿Y qué nos encontraremos allí? Hoy Clara, ya lo ves, ves a tu Señor revestido de un blanco refulgente, como ha dejado tu corazón lavado con el precio de su sangre para que puedas gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.
Hoy vuelve a ser glorificado el Hijo del Hombre, la muerte y la resurrección de Cristo es el camino que todo bautizado ha de seguir, y madre Clara, vivió en este mundo guiada por la fe inconmovible y sincera en Dios su salvador, guiada por la vocación al seguimiento del evangelio, pisando los pasos que Francisco y Clara pisaron, y hoy es abrazada en abrazo de perdón y vida por quien ella lo dejó todo, y vivió como Madre, desde la humildad, pobreza y obediencia.
Termino con la última conversación que por teléfono tuve con ella, y que algunos sí la conocéis:
Padre, decía: sólo siento un poco de tristeza por no vivir con ilusión este momento de mi muerte.
Y le contesté: no te preocupes, que con Ilusión no lo vivió ni el Señor, pero si con Esperanza, la esperanza y confianza de saber que de él salimos y a Él volvemos. Gracias padre, ya puede decir a la gente que estoy enferma así tendré más oraciones para morir en paz.
Y desde ese día os he estado notificando cual era el estado de ella al terminar las misas. Hoy os digo: Madre Clara ya no sufre, ha ocurrido un milagro, está gozando y feliz, es el milagro de nuestra fe en Cristo, el milagro de su vida junto a Dios.
Clara, gracias por tu vida y por tu muerte. Descansa en paz.
D. Gonzalo Martín Fernández
Párroco San Juan y San Andrés